El hombre lucha, desde tiempos inmemoriales, contra el envejecimiento. Sí, nos hacemos mayores y solemos comentarlo a medida que transcurren los años. Notamos, muchas veces, que nuestra piel o la calidad de nuestro pelo no son iguales. Achacamos esos cambios, simplemente, a cada año que se suma sin saber muchas veces que somos parte causante activa de nuestro propio envejecimiento. Sin obsesionarnos ni volvernos locos, podemos atajarlo tomando simplemente en cuenta que vivimos rodeados de una singular molécula que forma parte de nosotros pero que, simultáneamente, se alimenta de las circunstancias ambientales: los radicales libres. Oímos hablar de ellos sin saber muy bien de qué se trata. Están presentes en procesos tan habituales de nuestro organismo como es el metabolismo de los alimentos o la respiración. Y, salvo cuando se generan en altas cantidades –algo que se denomina “estrés oxidativo”- son necesarios, mal que nos pese.
Más allá de ser moléculas vitales para el organismo, su peculiar composición las hace ser ladronas de otras células a las que deshidrata. Una situación que provoca el envejecimiento celular y que tiene una alta repercusión, especialmente, en la piel ya que tienen un efecto sumamente negativo en el colágeno –responsable de la elasticidad-. Detectarlos y saber cómo frenarlos ya es motivo de estudio científico, uno que en España cuenta con proyecto propio y hallazgo reciente: bajo el nombre de ROSAS –Reactive Oxygen Species and Systems-, una red formada por diez grupos de investigación ha descubierto recientemente que se podrá predecir medicamente el proceso provocado por los radicales libres y sus efectos oxidativos.
Así dicho, da hasta miedo pensar en que forman parte de nosotros. Sin embargo, tenerlos a raya es tan sencillo como adoptar hábitos sanos que procuren sacar de nuestra ecuación ambiental el tabaco, el alcohol y el consumo desmedido de ciertos medicamentos. También hay que contemplar que la exposición inadecuada y excesiva al sol es un factor atenuante de la generación de radicales libres, así como el ejercicio físico intenso.
Fundamental: que no cunda el pánico. Tenerlos controlados es, además, posible gracias a una alimentación rica en antioxidantes. Algo tan sencillo como incorporar a nuestra dieta vitamina C –presente en frutas y verduras crudas y frescas-, vitamina E –presente en frutos secos, cereales y yema de huevo- y betacaroteno –presente en frutas y hortalizas de colores rojizos, amarillos y naranjas.